05_ El colutorio

En estos días difíciles la soledad está mucho más presente, hay quien no se atreve a salir de casa o quien rehuye todo contacto humano. Otros ni siquiera hablan. Los problemas para conseguir comida o medicinas hacen que todos desconfiemos de todos.

Incluso a mí, que, desde lo de María, estoy acostumbrada a la soledad, se me hace difícil en ocasiones. Por eso, al principio, agradecí que otros se unieran a mi causa y formáramos un frente común, como esos grupos de súper héroes de los tebeos que leía mi hermano cuando éramos críos.

Yo les abrí mi casa, les brindé mis posesiones y les acogí incondicionalmente. Tanto es así que cariñosamente comenzaron a referirse a mi casa como “El colutorio”, ja, ja, la casa de Coluto, nuestro pequeño cuartel general. Admito que al principio me hizo gracia, pero ahora estoy un poco harta. Cada uno busca su propio beneficio; por ejemplo: Lonces se incorporó al grupo con ganas e ideas, de hecho fue uno de los primeros en responder a mi llamada. Pero las personas siempre te acaban fallando, (como me pasó con Claudio, pero eso es una historia que sucedió en otro mundo). El caso es que Lonces está muy limitado debido a sus manos ortopédicas y es cierto que se encuentra impedido para determinadas tareas. Pero eso no le da derecho  abusar de la gente o a mostrar una personalidad violenta y desagradable. La convivencia fue deteriorándose rápidamente. En el debate sobre Mercazaragoza fue él quien desató los enfrentamientos. Luego ya explotó todo con el conflicto de la habitación de María.

Bueno, el caso es que se ha marchado del piso. Ha dejado el… colutorio. Y yo me siento mal. Creo que me ha caído una responsabilidad para la que no estoy preparada. No tengo fuerzas para seguir luchando, yo no quiero ser un líder fuerte que guíe a los demás. A veces en los comentarios del foro la gente me da ánimos y me invita a seguir luchando por la causa, pero todas esas frases producen en mí el efecto contrario. Yo no quiero encabezar ninguna revuelta, no deseo luchar contra Ellos. Solo quiero que esto acabe de una vez y dejar de preocuparme por cada ruido, por cada sombra y cada olor metálico.

Después de que Lonces se marchara dando un portazo y gritando que estoy loca, he entrado en la habitación de María. Todo sigue como entonces. Es cierto que la habitación es grande y que está desaprovechada; permanece vacía mientras otros se ven obligados a compartir el salón a la hora de dormir. Claro que sí, era la habitación de ella. María.

He pasado, despacio, mis dedos por los muebles, acariciando el acolchado del cambiador, el tejido del peluche. Y he mirado al suelo. He tenido que cerrar los ojos. El suelo. No he podido evitarlo y me he puesto a llorar como una imbécil. Nadie sabe lo que pasó con María. Nadie sabe por qué no quiero que nadie ocupe su habitación. Nadie sabe cómo me siento.
 Alpartilejo ha tocado en la puerta. Ana, ha preguntado, ¿estás bien?, ¿te pasa algo? ¿Es por el creído de Lonces? No le hagas caso, es un idiota, ¿A ver dónde va a estar mejor que aquí con todos?     

Me he frotado los ojos y he tragado saliva. Estoy bien, ahora salgo, espera, Alpi. He procurado recomponerme y he lanzado una última mirada mientras me sorbía los mocos. Esta es la habitación de María. Todo está como cuando sucedió, exactamente igual. Incluso la sangre en el suelo, claro.

No quiero que esté sola, la soledad es muy dura. Esta es su habitación. Y me tiene a mí. No, cariño, no te preocupes, no entrará nadie en tu cuarto, le respondo. Sí, claro que te quiero.


5 comentarios:

  1. "Sí, he visto pegatinas Omega en las paredes de algunas oficinas bancarias y enganchados en algunos cajeros automáticos donde duermen mendigos, borrachos y yonquis, ¿También estarán ya ahí? Entonces se han apoderado de lugares estratégicos en los que actuar, ser piña y muerte. Pueden caer sobre cualquiera.



    Desde el balcón de mi nuevo piso en la Avenida Argentina barcelonesa, cerca de la Plaça Lessps, intuyo el horror y el miedo.

    Bajo unos diminutos barrotes de madera de la puerta enmohecida y regreso a mi ordenador como si fuera mi refugio.

    Eramos cinco vecinos. Dos ya no me cogen el teléfono. Hoy subiré a ver a Pep"

    Saulo, 2010

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  2. Mucho han tardado en llegar a las grandes ciudades, o mucho me ha parecido a mí. No hay nada mejor que el sufrimiento para convertir los días en semanas, los meses en años. No parecen que tengan prisa, aunque, ¿por qué iban a tenerla? ¿Dónde podemos ir la gente pobre? ¿Cómo escapar de nuestras calles?
    Nada nuevo hay en todo esto; lo sabemos muy bien en el norte… o lo sabíamos. Aquí hace tiempo que los pueblos dejaron de serlo, no solo sus calles, también sus bares, sus bibliotecas, sus fuentes, sus castillos, sus gentes, sus edificios, y sobre todo sus ventanas. La primera en darse cuenta fue mi mujer. Oli ya no está conmigo, ni mi hijo, ni mi niña querida. Apenas siento ya los pinchazos en el pecho al recordarlos, es más un opresivo ahogo, silencioso y asesino. Sólo quedo yo, consumido, agotado y avergonzado de ser, de estar… Ya no salgo, ¿para qué?, ¿para ver qué, para oír qué? Me alimento de viejas latas, de recuerdos y de mentiras. Creo que estoy enfermo. Después de todo, quizás me salve…
    He llegado a leer en este blog que todavía hay esperanza. Lamento no ser portador de buenas noticias, pero creo que os engañáis, no, no lo creo, lo sé, lo vivo cada día y cada noche; a cada minuto y con cada respiración. No hay esperanza. ¿RESISTEnce? ¿Qué es RESISTEnce? Ya están en Zaragoza, en Madrid, ¿no lo veis?, ¿no lo sentís? Sus calles no tardaran en caer, y sus ventanas dejarán de ser suyas, y os mirarán, y os juzgarán… Todo esto lo sé.
    A mi mujer la tomaron por loca, pero eso fue al principio, ahora el loco soy yo, ¿o yo soy el cuerdo? Ya no lo sé. La locura tienen eso, el loco no sabe que está loco. Yo hace tiempo que no sé nada, pero sé cuál es vuestro destino, lo conozco porque lo he visto. Todos pasaréis por la locura, pero eso no será nada, nada de nada. El destino es aún peor, tanto que anhelareis la llegada del olvido, que olvidéis todo, olvidar sus ventanas, y que sus ventanas os olviden…

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  3. Debería haberte hecho caso, Ana. Debería haberos otorgado algo de crédito y no pensar que eso de RESISTEnce era algún invento de Internet tipo Facebook, Twitter y demás. Tendría que haberos concedido, al menos, el beneficio de la duda, siendo que esos sucesos tan terribles se estaban dando, supuestamente, en una ciudad hermana como es Zaragoza.
    Pero no: hice caso omiso de vuestras advertencias, desdeñé vuestras pruebas y me negué a encajar la nueva realidad. Por eso, al toparme en mi pequeña Huesca con el Mal en mis propias narices, la aterradora verdad me ha helado la sangre. Me ha consumido.
    Os contaré mi breve, pero elocuente, experiencia nocturna.
    Fue hace unos días, posiblemente el martes o el miércoles. Eran las doce y media de la noche y mi mujer se puso mal del estómago. Al sentir su dolor, decidí ir a la farmacia para consguirle un Primperán o algo similar. Consulté las farmacias de guardia en Internet y suspiré aliviado cuando vi que una de ellas la tenía bastante cerca, en la propia Ramón y Cajal cruzando el Isuela. Cogí una chaquetilla liviana y bajé a la calle. No me sorprendió el tráfico casi inexistente, pues a esas horas Huesca se vuelve una ciudad tímida e inescrutable, pero sí me llamó la atención la ausencia de luz más allá del río. Mientras me aproximaba, constaté que no habían sido figuraciones mías: reinaba la más completa oscuridad al otro lado, en la zona que se suele llamar El Barrio. Llegué hasta el puente y un resorte interno me disuadió de cruzar. Sabía que tenía que llegar a la farmacia, mas pude discernir a tiempo cómo algo insano, corrupto, brotaba sin prisa de la acera contigua como un icor volátil e invisible, y una palabra surgió incontrolable en mi cerebro: anexión. No sabía qué significaba, pero me conminaba a retroceder.
    Un vistazo fugaz al río Isuela acabó de trastornarme: daba la impresión de que el otrora triste, incluso ridículo arroyo se había contagiado del miasma que rezumaba la zona ocupada.
    Por si me quedaba alguna duda, un olor cuasimetálico se colaba ya arteramente por mis fosas nasales.
    Y ahora me llega el momento de confesar, porque de pronto sucumbí a la tensión y salí corriendo en un arrebato de cobardía. Corrí y corrí sin parar.
    No había olvidado el sufrimiento de mi esposa... pero tendría que obtener el remedio en otra farmacia.

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  4. Terrible todo lo que contáis... Conforme pasan los días salgo menos de casa, y sin embargo percibo que todo está... cambiando muy rápido, o más bien debería decir que se está pudriendo, porque esa es la impresión que da, eso es lo que me evoca ese hálito metálico que a veces creo que se filtra por las rendijas, como si lo que estuviese provocando todo esto se riera entre dientes sobre nuestras calles, sobre nuestros hogares.

    Es importante que permanezcamos unidos, que busquemos a más gente no anexionada. En Elche hay todavía mucha gente que no se ha enterado de nada... Pero pronto lo sabrán.

    He hecho un pequeño descubrimiento, Ana, creo que los gatos lo saben, pueden verlo. A este lo fotografié en una vieja planta baja en ruinas. He usado algunos filtros como recomendó Resistences, y aquí podéis ver el resultado, ¿no es sorprendente?

    http://i928.photobucket.com/albums/ad126/zanbarbone/edificiogatofoto.jpg

    Ese edificio ya era viejo antes, pero en la última semana se ha estropeado muchísimo y su aspecto es cada vez más ruinoso, ¿no estarán las calles tomadas consumiéndose de algún modo?

    Yo cada vez estoy más asustado, y aquí me encuentro muy solo. Creo que te haría bien hacerte con un gato, Ana, te ayudaría a superar la pérdida y es posible que sirva para protegerte, o quizás solo para detectar... No sé, los gatos pueden sentirlo, estoy convencido.

    Por cierto, una nota de humor nunca viene mal para afrontar esto de la mejor forma posible. Un colutorio es un enjuagatorio medicinal, jaja, a veces creo que nos hará falta eso para quitarnos el regusto metálico que hay en determinadas calles y que se nos adhiere al paladar...

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